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PASANDO ANTE EL TERRAMAR

Sitges, años sesenta: el viejo hotel lujoso
donde escribí mi libro Mar de invierno.

Treinta años después, cuando faltaba poco
para su muerte, regresé con ella:
ya estaba despintado, las barandas
roídas por el mar, y la moqueta
gastada en los lugares de más paso.

En cambio, la vidriera era la misma
en las habitaciones, suntuosas todavía,
separando el salón del dormitorio,
hecha de vidrios dobles opalinos
que apresaban espigas, flores secas.
Así en mi memoria permanecen
aquellos días que vivimos juntos.
Quizá vuelvas con ella al Terramar,
dice el espejo azul del horizonte.
Los viejos no buscamos la verdad.
Toda certeza es una herida inútil.

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