Selección de poemas y recitados

Encuentro en México

Quizá se deba estar, para reencontrarse,
a miles de kilómetros de casa.
Ahora conversamos en el viejo convento
transformado en hotel: aún brilla en los ojos
de la mujer, el miedo de la niña.
Secretos familiares,
los monstruos de los cuentos de la infancia.
Cuentos que no supimos explicarle
o cuentos que no quiso oír jamás.
Nuestra vida está hecha
de un sólo miedo y muchas cobardías:
Se debe estar, para reencontrarse,
a miles de kilómetros de casa.
Todo se aleja, esta ciudad también.
Volveré, dice alguien desde atrás,
saliendo en autocar por un suburbio
de chozas y talleres de automóviles.
Debe de haberlo dicho una voz joven,
porque yo nunca volveré a Morelia.

 

Cálculo de estructuras

Ya no viene conmigo esta ciudad:
no me hace compañía, ni tampoco
me proteje del viento y de la lluvia.
Aquello que pensaba que aprendíamos
-cálculo de estructuras, templos griegos-
cuando la Diagonal cruzaba descampados
y yo estaba estudiando arquitectura,
es un oficio de albañiles muertos
y cimientos de niebla. También ella,
la cálida muchacha que me amó,
se ha convertido en la desconocida
que, contemplo tumbada, en bañador,
en la fotografía de un jardín.
Un deseo rebelde late triste,
y busco el rastro de otro amor
en el camino que hoy, entre tus piernas
desnudas, todavía me conduce,
cansado, hacia mi sueño.

 

Así entro en la vejez:
no parece haber cambios al principio,
como una barca que, al llegar a puerto,
ha apagado en la noche sus luces y el motor,
pero en la oscuridad aún prosigue
resbalando en silencio por el agua.
A pesar de saber que recordar
el sexo en solitario es morir solo,
recorriendo su cuerpo ya perdido
hoy calculo mi última estructura.

 

LOS MUERTOS

Tres golpes, tres palmadas contra el muro:
Uno, dos tres: al escondite inglés.
Resuenan y avanzamos, y quedamos inmóviles
mirando hacia la espalda de la Muerte,
que, rápida, se vuelve para así sorprender
a los que aún arrastra el propio impulso
y los echa del juego para siempre.

Uno, dos, tres: al escondite inglés.
Se va la luz. Igual que un punto de oro,
la vela hace temblar las sombras de la estancia.
¿Por qué hace tanto frío en la posguerra?
Y la Muerte se vuelve y ve a mi hermana
que se agita, febril, y llora bajo el hielo.

Uno, dos, tres: al escondite inglés.
El pasado era el rostro de mi padre:
prisiones, cicatrices, deserciones.
Qué terror le causaban las palmadas
contra el muro: no pudo terminar
un gesto de impaciencia.
La ira, el miedo
lo delataron a la Muerte.
Uno, dos, tres: al escondite inglés.
Nunca nos apartamos de su lado.
Y ahora juego con mi hija muerta.
¿Por qué no pude adivinar sus ojos?
Pero el futuro, astuto, hace trampas.
No escuché los tres golpes: me sonrió
y junto a mí ya estaba su vacío.
Pero el juego debía continuar.

Uno, dos, tres: al escondite inglés.
Ya no me importa si me ve la Muerte:
sonriente miro hacia los que me siguen.
Ahora, tan cercano ya del muro,
ignoro lo que pueda haber detrás.
Sólo sé que me marcho con mis muertos.

 

 

Este poema se estructura alrededor de un juego infantil que, por lo que he podido comprobar, debe de ser casi universal. Un niño o una niña se coloca de cara a una pared y los demás a cierta distancia, mirando hacia esa pared. El que paga golpea tres veces con las palmas de sus manos la pared al tiempo que dice: Uno, dos tres: al escondite inglés. Esta frase varía según los lugares. En catalán suele ser un dos tres: pica paret. Otras variantes en castellano son: Uno, dos tres: chocolate inglés o: Uno, dos, tres, pajarito inglés. En México toma una forma aún más barroca: Estatuas de marfil. Uno, dos y tres: ¡aquí!. Mientras se dan estos golpes, cada niño o niña avanza hacia el que golpea la pared que, al acabar, se vuelve rápidamente. Si ve a alguno de los que han avanzado aún en movimiento, este queda fuera del juego, que continua hasta que alguno de los que avanzan toca la espalda de quien golpea la pared.

PASANDO ANTE EL TERRAMAR

Sitges, años sesenta: el viejo hotel lujoso
donde escribí mi libro Mar de invierno.

Treinta años después, cuando faltaba poco
para su muerte, regresé con ella:
ya estaba despintado, las barandas
roídas por el mar, y la moqueta
gastada en los lugares de más paso.

En cambio, la vidriera era la misma
en las habitaciones, suntuosas todavía,
separando el salón del dormitorio,
hecha de vidrios dobles opalinos
que apresaban espigas, flores secas.
Así en mi memoria permanecen
aquellos días que vivimos juntos.
Quizá vuelvas con ella al Terramar,
dice el espejo azul del horizonte.
Los viejos no buscamos la verdad.
Toda certeza es una herida inútil.

SEGURIDAD

Albañiles al alba encienden fuego
con restos de encofrados.
La vida ha sido un edificio en obras
con el viento en lo alto del andamio,
siempre cara al vacío. Ya se sabe
que quien pone la red no tiene red.
¿De qué sirve haber dicho tantas veces
palabras como amor?
Pobres bombillas de un final de línea,
se encienden los recuerdos.
Pero no quiero que me compadezcan:
me repugna esta forma tan fácil del desdén.
Necesito el dolor contra el olvido.
Esta hoguera encendida con maderos
delante del andamio es lo que soy:
una pequeña claridad
que, sea lo que fuere ser juzgado,
nadie podrá negarme nunca más.

PERDIZ JOVEN

Se encogía en un surco
y cuando la cogí me pareció
sentir tu mano entre las mías.
Vi sangre seca en una de sus alas:
una perdigonada había roto,
como varillas, los pequeños huesos.
Intentaba volar y sólo consiguió,
con el ala partida, ir arrastrándose
hasta quedar oculta tras las piedras.
Siento la calidez, todavía, en mi mano,
porque un ser frágil dio sentido
a cada uno de mis días. Un ser frágil
que ahora está también tras una piedra.

 

AUTORRETRATO CON MAR

Es el niño callado que jugaba solo.
Permanece detrás de estos ojos de viejo,
resiste la embestida brutal del mediodía
oyendo los confusos versículos del mar
y el grito de los cuerpos desnudos y oxidados
al entrar en las aguas transparentes y frías
de la playa de piedras. Avergonzado, corre
de un escondite a otro de los cuentos.

Duerme dentro de mí, perdida criatura:
duerme dentro de mí en una noche de reyes
donde en silencio vuelan las escobas
y los lobos dejaron sus huellas en la nieve.
Afuera brilla un cielo lleno de albaricoques,
y el mar azul oscuro de ciruelas
se deshace en los negros cuchillos de las rocas.

Este verano de alcohol frío en los ojos
siento mi vida como la amarilla,
negra pulpa de un fruto que se pudre
alrededor del hueso del recuerdo.
Dentro de mí ocúltate, perdida criatura.
Dentro de mí protégete del mediodía,
recita la rondalla del niño gris
y de la miserable bicicleta
montada por el triste ciclista del suburbio.
Te busca y está ya cerca de aquí.

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