Selección de poemas y recitados

Hijo en el invierno

El tren se detenía antes del alba
en la estación desierta. Caminábamos
sintiendo el aire frío
por las calles oscuras y vacías
hasta que se encendieron las luces de un café.
Allí esperamos a que amaneciera
y a que se abriera la Maternidad.
En una madrugada fuimos ricos.
Al fondo de nosotros podemos ver aún
amanecer en las estrechas calles
y la hilera de cunas en penumbra.
Hoy aquel niño es músico de jazz.
Mientras escucho cómo toca el saxo
en este club de Ciutat Vella,
se iluminan al fondo del pequeño escenario
los cristales de un tren o de un café al alba:
la luz tenue que aún sigue encendida
allí donde empezó,
tímidamente, nuestro amor por él.

 

Piedad

El tiempo entre dos trenes. Se ha acercado
buscando aquella guerra de la infancia.
Es trágico probar a conversar
a los cincuenta años con un padre de veinte.
Junto al viejo y fangoso río de la batalla,
el viento mueve hierbas delante de la losa.
Joven eternidad que aún transcurre
como el agua del Ebro, muy lejos del hogar.
La tarde va tornándose campana
con pájaros oscuros en los cañaverales.
Le dejó este pasado gris, pequeño,
cerrado por la bala de algún máuser.
De pronto se da cuenta
que ha empezado a llorar igual que un padre
de pie frente a la tumba de su hijo.

 

LA MUCHACHA DEL SEMÁFORO

Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empecé a soñar en encontrarte.
Entonces no sabía, igual que tú
no has aprendido aún, que llega el día
en que el amor es esta arma cargada
de soledad y de melancolía
que está apuntándote desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que busqué
cuando aún no existías.
Y yo el hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré tan lejos de ti entonces
como estás tú de mí en este semáforo.

EL MAR

Como lomos oscuros de un rebaño de potros
se aproximan las olas, desplomándose
con este rumor sordo pero lírico
que Homero fue el primero en escuchar.
Cansadas de su larga galopada,
se ponen a temblar.
Después se quejan, roncas de placer,
igual que una mujer en brazos de su amante.
Más tarde se abalanzan entre espumas,
como si fueran lobos que olfatearan la presa.
El poniente, llegando por mi espalda,
pone medallas rojas en sus lomos.
En la orilla mojada de la arena
veo tus huellas, por el aire pasa
una dorada sombra de tu cuerpo.
O sea que es de ti de quien, con gestos
de sordomudo, me está hablando el mar.
Dice que este lugar dentro de mí que ocupas
pasaría a ser parte del infierno
si tú lo abandonaras.
Que al fondo de este amor lo que vuelve a esperarme
es la desolación de los veinte años.

PISCINA

No le temía al agua, sino a ti,
era tu miedo lo que yo temía,
y este lugar profundo
donde desaparecen las baldosas.
Me arrastraste hacia allí, recuerdo aún
la fuerza de tus brazos obligándome,
mientras trataba de abrazarme a ti.
Aprendí a nadar, pero más tarde,
y olvidé muchos años aquel día.
Ahora que ya nunca nadarás,
veo a mis pies el agua azul, inmóvil.
Comprendo que eras tú quien se abrazaba
a mí para cruzar aquellos días.

TÍO LUIS

Estos días azules y este sol de la infancia.
(Último verso escrito por Antonio Machado en Cotlliure)

 

En el fango del Ebro, el heroísmo.
Pero también contaba, aun para los vencidos
-y ya con pobres ropas de civil-
tener aquellos ojos, morenazo,
chulo de barrio de sonrisa fácil.
Desterrado, lo meten en un tren.
En las largas paradas de la noche,
sentado entre fusiles,
siente cómo la guerra es una fiera enorme
que en sus garras le lleva hasta Bilbao,
sin equipaje y nada en los bolsillos.

Así lo dejan solo en el andén.
Cansado por el viaje y la derrota,
se lava en una fuente: del fondo de sus ojos
surgen de nuevo su épica y las armas
de antaño, viejas armas de los bailes
de domingo en los patios de Montjuïc.
Va a calles de fulanas y tugurios.
Junto a ella percibe su perfume
barato y la mirada de unos ojos
donde el rimmel ha puesto
negras banderas de anarquistas muertos.
Uñas de un rojo sucio
son banderas que el Ebro iba arrastrando.

Y yo estoy orgulloso de escribir
como en sus buenos tiempos hizo la poesía,
los versos de una puta que salvó
a un hombre y a ella misma por amor.
Esto pasaba al acabar la guerra.
Y transcurrían para mí entretanto
estos días azules y este sol de la infancia.

 

LA PROFESORA DE ALEMÁN

En aquel Instituto de posguerra
debí haber aprendido algo de griego
y adquirido un barniz sobre los clásicos.
Pero, si aprender algo era difícil,
nada tenía aún menos futuro
que el alemán, cubierto por negruzcos
escombros de Berlín bajo la nieve.
La mía era una lengua perseguida
y la suya una lengua derrotada.
En un aula pequeña del chalé
donde estaba instalado el Instituto,
al entrar la encontraba de rodillas
fregando junto a un cubo, hablando sola.
No sé alemán y en general no tengo
buen recuerdo de toda aquella gente,
pero no olvidé nunca su dolor.
Ahora que paso cuentas con quién soy
siento en frías baldosas mis rodillas
mientras borro el ayer, como ella hacía
con la roja cenefa del mosaico.

 

Volver